jueves, 3 de marzo de 2011

Adelanto de Rapsodia en la Madrugada


Pasó en una puta noche de febrero de 2003. Esas noches eran batallas contra la adolescencia, contra los miedos y los tabúes. Yo era un pendejo dormido y me hacía el intelectual; había terminado el secundario y estaba haciendo el cursillo de ingreso a Letras Modernas, la carrera de la frustración. Esa noche me encontraba caminando, y de caravana, por las veredas del Abasto con un grupo de amigos cuando, de sorpresa, nos encontramos con unas pendejas que conocíamos y decidimos entrar al pub (en realidad nunca supe qué mierda es, si un pub, un boliche o la poronga del mono). Cuando entramos nos enteramos de que tocaba Topos, la banda de punk más hedionda de la Argentina. Eran los miembros de Flema, pero con el cantante suplente, luego de que se suicidara Ricky Espinoza, su vocalista original, hacía unos meses atrás. No hay muerte más punk que el suicidio.

Porrón va y porrón viene entre eructos y un pogo descontracturado. Topos termina su decadente show, y vamos a comprar más porrón. Nilce, una pendeja medio freaky que siempre andaba de colegiala y alardeaba ser del Manuel Belgrano, apareció con Luigi, uno de los violeros de Topos; el tipito era petizo y con cara de desayunarse todos los días con líquido de frenos. Los dos andaban apurados preguntando a todos los seres vivos que estaban esa noche en el pub-bar-boliche-la-poronga-del-mono si alguno tenía un forro para darles. Se ve que en el sucucho había alguien con la seria intención de ponerla –aunque, claramente, no la puso- porque Nilce y Luigi habían conseguido el deseado profiláctico, y desaparecieron de nuestra visual sin que nos diéramos cuenta.

Esas noches de verano eran de jeans desgastados y zapatillas de lona hechas ocote. Una etiqueta de puchos valía más que todo el petróleo de Irak, y para curar la resaca del día siguiente había que cortarse la cabeza y meterla en el freezer durante una semana. Cruzar los puentes del Abasto era una odisea: había que andar esquivando balazos y botellazos que repartía la cana y los monos que se desconocían a la salida de los bailes, y cuando nos tomábamos el C4 para venir al barrio nos manoteaban hasta el bulto con tal de chorearnos una moneda o un cospel. Nunca faltaba el charco de vómito rojo y caliente fruto de los excesos del vino en caja. Tampoco faltaba algún pendejo puto que te quisiera tirar la goma afuera de Hangar 18, ¡y que, encima, te pagara!

Pero esa noche, entre las birras y las meadas recurrentes, me vi charlando con el cantante de Topos, y el tipo me invita a tomar un Fernet a los camarines, abajo del altísimo escenario del pub o lo que putas sea. Un vaso de plástico que rebalsaba de espuma de “sangre de mono” con pastillas. El bajista, el baterista y el otro violero de la banda estaban desmayados en un sillón fumándose unos churros y clavándose sin discreción todo tipo de sustancias. Tomábamos Fernet y charlábamos sobre Ricky Espinoza con el actual cantante, entre tanto Nilce y Luigi cogían arriba de una mesita al lado nuestro. Luigi, con una mano le desprendía la camisa y le apretaba las tetas, y con la otra le agarraba el culo “para que no se le zafe”, parecían dos hienas alzadas. Pero cada uno estaba en su mundo: las aspiradas y las fumatas de Topos no se mezclaban con nuestra charla ni con los gemidos de Nilce y los brutos movimientos de Luigi sacudiendo esa mesita como loco. Cuando terminamos de tomar el Fernet, volví a buscar a mis amigos. Me estaba re meando y subí a los baños del pub; cuando bajé, la noche ya había muerto.

Volvíamos caminando por la costanera, ya de día, con el sol hirviéndonos el cerebro. El olor persistente del meo público mezclado con el hedor del río putrefacto nos daban arcadas. Nilce, con sus dos chuletitas de niñita inocente pero con alma de caníbal, se levantaba la pollerita tableada y meaba en la vereda. Nos quedaba el puente, los botellazos, las corridas y los aprietes, una General Paz interminable, la cola en la parada del bondi y un viaje en el cual ochenta centavos eran el pasaje al purgatorio.

Para escribir “La muchacha punk”, seguramente Fogwill se inspiró en Nilce. ¿Qué diría Enrique Symns de esa paleta oscura de la noche cordobesa? Diría que no sabemos nada, que somos todos unos maricas de mierda.

Santiago Pfleiderer.

1 comentario:

  1. ochenta centavos por una bulteada!!!
    hermosos recuerdos de mi adolescencia...
    los festipunkies...
    y el c4! que antes era 22
    donde te conoci a vos... chiquito!

    jajajaj muy buen texto polilla!!!!!

    gusano.

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