viernes, 29 de abril de 2011

Desvanecer y Profanar: Los formatos de la música. Texto publicado en la revista Intravenosa, de Jujuy, en septiembre de 2010.



    “Todo lo sólido se desvanece en el aire, todo lo sagrado es profanado, y al
fin, el hombre se ve forzado por la fuerza de las cosas, a contemplar con
mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.”
Karl Marx

A pesar de las modas y de los vertiginosos adelantos tecnológicos -que se actualizan semana a semana- es inevitable pensar que en el mundo de la música nada ha cambiado. Discos de pasta, discos de vinilo, cassettes, CD’s, DVD’s y MP3 son, quizá, los formatos en los que más ha circulado la música en el siglo XX y los que, con cierta nostalgia y deslumbramiento, nos ha recibido el XXI.
En el mundo entero se conforman tribus urbanas y agrupaciones sociales donde se rescatan algunos de estos formatos –principalmente el de los discos de vinilo- para la circulación de materiales inéditos o de escasa tirada, bandas de culto o rarezas. El vinilo es, sin duda, de los antiguos formatos, el que tiene mayor popularidad entre los coleccionistas, los nostálgicos,  e inclusive entre los DJ’s que reniegan del formato MP3. Cabe destacar que el vinilo, a nivel mundial, ha alcanzado su máximo esplendor en popularidad y consumo dentro de la Cultura Rock en la década de 1960, cuando el rock and roll ya estaba consolidado como la nueva expresión de los jóvenes de todo el mundo. Los discos de vinilo atraen a los oyentes con su sonido áspero, con sus “frituras”, con la pureza y con una fidelidad de sonido que sólo le puede otorgar la salida analógica directa, es decir, sin intermediaciones entre el código estampado en las pistas y el sonido que sale de los parlantes. Más adelante, el cassette se convertiría en el caballito de batalla más barato en el cual se podría grabar y desgrabar música hasta que la cinta no diera para más o nuestro equipo tragara la cinta. Pero a finales de la década de 1980, cuando el CD comenzó a popularizarse, los puristas del vinilo pusieron el grito en el cielo alegando que la “pureza” del sonido se estaba perdiendo; es decir, el CD mantiene la información en formato digital en vez del analógico, al ser reproducida se convierte en una fase analógica y luego nuevamente en digital. Esto permite la edición y masterización de materiales dañados, incluso permite cambiar aspectos del sonido de mayor complejidad. Esto quiere decir que, si bien ese sonido rústico y puro del vinilo se estaba perdiendo, se estaba trabajando para pulir y darle mayor claridad a la información grabada en los CD’s. Es así que nace un formato de disco reducido con una “limpieza” y una mayor calidad de sonido adquirida. Pero al poquísimo tiempo surgieron las grabadoras de CD y los aparatitos para transportar datos y música en un nuevo formato: el MP3.
Para quienes trabajan con la música, el MP3 es una herramienta más que práctica ya que permite acumular grandes cantidades de información en soportes cómodos y con una gran capacidad, como los Pen-Drives, los MP4, los I-Pods y otros como el CD y el DVD. Para quienes coleccionan materiales musicales de culto o bandas desconocidas porque nunca han llegado en CD a las disquerías locales, Internet brinda una posibilidad inmensa de espacios para descarga de álbumes que de otra manera sería imposible conseguir. A la vez, el MP3 permite almacenar una mayor cantidad de información sin que ésta pierda demasiada calidad. Hay que aclarar que, si bien el MP3 le quita calidad de sonido a los temas almacenados, la calidad baja de manera considerable si los archivos son comprimidos exageradamente. Obviamente, no hay sensación auditiva comparable a la de escuchar el disco original. Poder ver las carátulas, leer las letras, apreciar el diseño y el arte tiene un sabor distinto.
En las épocas en que el disco de vinilo tuvo plena vigencia, los álbumes eran concebidos en su totalidad, es decir, el disco/álbum era percibido como una unidad en sí misma; permitía a los artistas encerrar en un Long Play un determinado corpus de temas cuyo orden y disposición en los dos lados del disco tenían un sentido y un significado. En los años ’60 y ’70 cuando el rock alcanzó su nivel máximo de creatividad y se alzó a la masividad para el mundo entero, los discos de vinilo permitían la creación de álbumes conceptuales donde cada tema tenía relación con otro, existía un dialogismo interno que interactuaba con la información y el arte de tapa. De esta manera surgen obras como Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (The Beatles, 1967), la primera ópera rock Tommy (The Who, 1969), La Biblia (Vox Dei, 1971), Quadrophenia (The Who, 1973), Pink Floyd con The Dark Side of the Moon (1973), Animals (1977) y The Wall (1979), y las numerosas obras conceptuales de Rick Wakeman (tecladista de Yes) y  de Alan Parsons Project, obras inspiradas en clásicos de la literatura y la filosofía universal, incluso en paradigmas científicos como el psicoanálisis, la teoría atómica y la carrera espacial. Éstas son sólo algunas de las importantísimas y numerosas obras conceptuales creadas por los rockeros en los años 60 y 70 en la búsqueda de una percepción más pura de los sentidos y de una razón emocional.
Ya entrados los años 90, y con el auge de los CD’s, las grabadoras y los reproductores de MP3, la concepción del disco como una unidad, no sólo de canciones agrupadas, sino como unidad de sentido artístico, estético y conceptual se ha ido quebrando ya que se produce un cambio y una posibilidad que antes no estaba contemplada: es ahora el oyente quien elige qué temas agrupar, en qué orden y en qué cantidad. La idea del disco como totalidad en sí mima es puesta en crisis ya que si el oyente tiene ahora el poder de agrupar los temas a su antojo –de una misma banda o un compilado de varias bandas- los discos existentes en las bateas de las disquerías dejan de ser consumidos como eran, y sus contenidos comienzan a ser mutilados por millones de manos anónimas que ahora tienen el poder de ser ellos mismos su propia empresa discográfica. Es el oyente quien arma su propio corpus de temas, es decir que el concepto original de una obra, ya sea estético o de cualquier índole, es propuesto para sí mismo por el propio oyente. Y ni hablar del arte de las tapas y el diseño de los discos, ni del enojo de las empresas discográficas con las descargas ilegales de millones de álbumes desde la Web. Hay, inclusive, bandas como System of a Down, Coldplay o Radiohead que desde hace algunos años “cuelgan” sus discos de la Web para que sus fanáticos puedan descargarlos y no mediar con las discográficas. Otro dato a tener en cuenta es que con el fin de la dolarización del peso argentino, muchos discos importados que antes eran accesibles en el peso/dólar, hoy son carísimos para comprar.
Pasamos, así, a una época donde comprar un disco original sale mucho más dinero que antes, donde ver algún disco original es una rareza entre tantos copiados o I-Pods, y donde las colecciones completas de discos originales cotizan muy alto. Internet y el formato MP3 nos permitieron ser los editores de nuestra propia banda de sonido.
Así el rock, en sus 50 años de vida universal y en sus 40 años de vida nacional, se ha convertido en la inconmensurable banda de sonido de las desvanecencias de lo sólido y de las profanaciones de lo sagrado. 

Santiago Pfleiderer. Septiembre de 2010.



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