miércoles, 12 de septiembre de 2012

Homenaje a las guitarras del Blues / Noche Dulce y Melancólica




Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 19/06/12.

Cuando el día cae y la noche se despereza, las estrellas comienzan a brillar como lágrimas congeladas en el cielo, manto azul de recuerdos y melancolía, de vasos rotos y labios rojos que no están, derramando una guitarra y una armónica por los adoquines o el cemento. Eso es el Blues.
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El Blues, como género musical, nace de la convergencia de creencias religiosas y ritmos afro americanos al sur de los Estados Unidos. Los esclavos negros que dejaban sus vidas en los campos de algodón o en las minas de carbón comenzaron a relacionarse, más allá del ardoroso trabajo, de manera artística. Fusionaron los ritmos heredados del África con el folk norteamericano y los adornaron con letras de dolor y melancolía, fruto de saberse mano de obra descartable de los políticos y terratenientes yanquis. El Blues es eso, melancolía, un dolor amargo que se transforma en dulzura al ser cantado, al ser ejecutado.
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Una noche magnífica, fría y cristalina va a albergar a los sonidos azules y perdidos del género padre del Rock.
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La vieja taberna anclada a los pies de la barranca, bajo las vías muertas del tren. Desde la loma pueden verse las luces de la ciudad escarchada titilando como luciérnagas, como chispas huyendo de la leña encendida. El viejo bar abre sus puertas de hierro forjado desafiando al frío. Desde adentro brotan suaves notas y la inconfundible voz de un negro y sus dedos macizos estirando las cuerdas de la guitarra. En la barra se ven tintinear los vasos de cerveza y las copas de vino. El ruido de los tacos dándole duro a las bolas sobre el gastado paño verde. Por la loma suben autos echando vapor por la boca. Camperas y bufandas poco a poco se van desprendiendo de sus dueños. De repente, el escenario se convierte en altar: el sacerdote y los monaguillos empiezan con el sagrado ritual del Blues.
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Desde lo bajo de la barranca, el nombre de la vieja taberna es indescifrable. Las botas frías llegan hasta la puerta. 9/90 Arte Club. Así se llama el salón al que sólo se accede subiendo por la loma, a ese misterioso lugar encallado en la barranca. 9/90: el lugar es, desde hace años, un templo y un refugio para los artistas locales, símbolo de la resistencia artística y del mundillo del under; ese pub-antro de aspecto subterráneo construido en el barranco y adornado con todos los símbolos contra-culturales a lo que la industria cultural plantea como lo hegemónico.
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El chamán de la noche sube al escenario-altar. Cuelga de sus hombros una reluciente guitarra eléctrica, una Gibson Les Paul. Los ojos están escondidos en la penumbra del bar, sólo los finos bigotes se mueven sobre los labios apretados sosteniendo la púa mientras los dedos manipulan las clavijas afinando las cuerdas. Las válvulas del amplificador se prenden. El baterista marca hasta cuatro y el ritual comienza.
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Las pupilas de los espectadores están clavadas en los músicos. Guitarra, bajo, armónica y batería. De pronto se corre el telón y entran ellos ante los aplausos y la complicidad secreta de los ritualistas. Quién diría: B.B. King, Jimi Hendrix, Freddy King, Gary Moore y Eric Clapton en las tablas del 9/90 Arte Club, empuñando sus guitarras para luego perderse, de nuevo, en la oscuridad de la loma o en los callejones colindantes a la barranca.
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El próximo viernes 22 de junio a las 23:55 hs., En el 9/90 Arte Club (Bv. Los Andes 337) la banda local Pol Castillo estará homenajeando a los grandes guitarristas del Blues. Alberto “Pol” Castillo (guitarra), Sebastián Cebreiro (armónicas), Ricardo “Caio” Fola (bajo) y Horacio del Franco (batería) harán un exquisito recorrido por las sonoridades blueseras desde el Mississipi hasta Chicago para luego cruzar el mar y sumergirse en el sonido del blues blanco inglés. Invitados: Poco de Nada (Córdoba) y Rubén Azanza (Chaco).

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