Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 23/07/13
san.pflei@gmail.com
El otro día me zambullí en mi biblioteca para rastrear algunas palabras ocultas en un libro medio polvoriento y, sin querer, me reencontré con un librito que había olvidado pero que, sin embargo, hace algunos años fue una perla para mí, una joya que me acompañó durante varios meses, como un amuleto, como un talismán que es necesario llevar con uno para comprender los misterios de las cosas que vemos, que oímos, de todas las cosas que nos pasan diariamente en la vorágine de nuestra cotidianeidad. Y me refiero a las Aguafuertes Porteñas, de Roberto Arlt, ese compendio de estampas urbanas que, como un diamante, hace entrar la luz de la palabra y logra universalizar las experiencias en una ciudad –Buenos Aires- para convertirla en cualquier ciudad del mundo donde uno puede pararse a observar detenidamente la vida del hombre como si estuviera encerrado en una viñeta. Pero la literatura argentina del siglo XX siempre estuvo marcada por el afán de una búsqueda identitaria, una búsqueda que continúa en foros, academias, universidades, corpus y millones de libros editados. Pero para esto es importante tener en cuenta que Roberto Arlt, al igual que muchos otros escritores, estuvo marcado a fuego por la ciudad en la que le tocó vivir.
El problema de la espacialidad en la literatura argentina está siempre latente en tanto que autores, obras y poéticas hacen referencia constante al lugar desde donde se escribe, ya que ello permite realizar una programática literaria en torno a cuestiones centrales como la identidad y la historia, por ejemplo. Si hacemos un recorrido por obras y autores ser verá que el ámbito de lo urbano es tomado, muchas veces, como un espacio de perversión, es decir, donde se produce una relativización de valores morales y éticos, pero así y todo, desde Roberto Arlt con susAguafuertes Porteñas hasta Juan Martini con su Puerto Apache, la literatura argentina ha podido dar cuenta de lo difícil que es intentar entender y descifrar a una sociedad heterogénea y fragmentada por una historia de enfrentamientos y desigualdades instauradas desde las Guerras de la Independencia hasta el modelo neo liberal implantado con fuerza en la década del 90. El ámbito de la ciudad comienza a ser planteado como el espacio de la pérdida de los valores impulsada por los cambios producidos por la modernidad. Entonces, la ciudad es donde concluyen y se ven todos los problemas de una sociedad con múltiples identidades, es por ello que quien lo piense y lo relate, como Roberto Arlt en sus Aguafuertes, en sus novelas y cuentos, dará cuenta de que no hay escapatoria de la vida urbana. La verdadera vida está en las calles, y la experiencia cotidiana es lo que permite sobrellevar las vivencias urbanas y reflexionar, aunque sea unos minutos, sobre ellas.
Roberto Arlt en sus Aguafuertes Porteñas crea un conjunto de relatos y reflexiones de temática urbana donde se plantea una visión crítica y observadora de la vida en las calles de Buenos Aires, su gente, su ritmo y sus personajes, focalizando en estos aspectos la problemática de la soledad del habitante de la ciudad, recreados bajo el tono de la ironía y de la reflexión.
El alma de la ciudad es plasmada como un espacio generador de conductas en oposición a otros espacios vistos desde la ciudad; un espacio lleno de mitos y misterios, lleno de miserias y de historias, lleno de voces calladas, de seres y objetos a punto de hablar. La urbanidad como generadora de sentidos. Sin embargo, la ciudad que muchas veces nos asfixia también nos permite volar, es decir, nos lleva a los “espacios prodigiosos”, esos lugares a los que se remonta nuestra imaginación y son inventados por el hombre para poder ser salvados –aunque sea unos segundos- de la agobiante rutina.
Uno puede salir a la calle donde todo se dispersa, donde todo se resuelve en una caótica concatenación de sucesos afortunados o, simplemente, en rutina, y puede darse cuenta de que ese salir a la calle se transforma en una aventura que exige no sólo atención sino respeto, incluso. Se trata de una aventura, un aventurarse, que puede desembocar en las más sorprendentes o rutinarias, pero no por ello menos interesantes, consecuencias. Uno camina y observa cosas que suceden, ve personas cruzarse en el camino que se sigue, pero no se tiene la posibilidad cierta de la contemplación poseída por algunos seres sobre la faz de este minúsculo punto en la inmensidad del universo. Son pocos los que, librados a su suerte, pueden observar, saber y callar, hasta no poder soportarlo, todo aquello que acontece, sucede. Hasta no poder sino decirlo de alguna manera que lo resguarde de la brevedad y del olvido. Es decir, hay seres que lisa y llanamente, resuelven la ceguera de los otros; esa ceguera propia de quienes sujetos al devenir diario no pueden evadirse más que de modo equívoco y efímero. Ante todo esto surgen múltiples interrogantes y, quizá, uno de los más necesarios sea el preguntarse: ¿Dónde hallar tales seres?
Muchas veces pasamos de largo y no reparamos en esas voces que nos dicen algo distinto en medio de tantas paredes y cemento, pero así como hubo un Roberto Arlt en Buenos aires, en Córdoba tuvimos a un Cabezón Sotelo que mucha gente no pudo conocer, y habrá otros tantos esperando ser oídos o leídos.
Roberto Arlt fue múltiplemente criticado, bastardeado y ninguneado por la élite literaria argentina, pero –sin dudas- fue uno de los pocos que logró desnudar al hombre y ponerlo frente al espejo opaco de sus días. Los textos de las Aguafuertes Porteñas reflejan una visión particular del espacio urbano que se plantea como disparador de sensaciones y sentimientos, como generador de transes, de viajes y extravíos. Roberto Arlt era un ciego con linternas en los ojos.
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