Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, jueves 19/12/13
san.pflei@gmail.com
El rudo motor V8 se enciende y la Chevy comienza a andar. Las botas aprietan el embrague y los anillos tintinean en la mano mientras la palanca de cambios le da velocidad al coche. La tarde cae junto a un sol pesado y resacoso. El auto atraviesa el viejo puente y la jungla de postes y de cables va quedando atrás al igual que esos muertos gigantes de vidrio y hormigón.
Los cuatro muchachos van relajados. Saben que el viaje es largo y que no será fácil; tampoco se puede regresar. La Chevy ruge y sobre su capota tiembla la toma de aire del motor. La pintura metalizada brilla en el reflejo del ocaso y se pierde en algunos machucones de la chapa, pero es normal en un vehículo con experiencia, las famosas “heridas de guerra” de un viejo soldado. Ya en la ruta, los cuatro hombres se entregan a su destino. El equipaje mínimo y los instrumentos cargados en el baúl –porque es inaceptable ocupar el baúl de una vieja Chevy con un tubo de gas.- Vaqueros semi gastados, botas y borceguís, remeras de mangas rotas y camisas desprendidas, gafas de sol y cigarrillos apaciguados en el viento tibio de la tarde que muere.
Al costado de la ruta se va filmando la experiencia de los años y de la vida, esa tierra fértil en la cual se siembra la semilla de la paciencia. Silba la tierra por sus grietas. El auto es azafrán bajo el sol amenazante de la siesta y es plata pulida bajo el brillo de la luna ausente. Pircas, barro, paja, toldos, techos hechos con la selva, con el desierto. Y los retumbes de los parches ancestrales les dan vueltas los ojos y los cuatro hombres pierden la visión en un trance lleno de colores y de imágenes del futuro. La ayahuasca y el cuero corren por los brazos, en las espaldas duras y resecas como las tierras del desierto. Alacranes y serpientes caminan sobre sus pies en una danza sincrónica y convulsa llena de semillas, de tejidos y de sonidos fermentados en la boca del tiempo. Los cuatro hombres han venido a vengar a la gran Serpiente Emplumada en guerras nocturnas con olor a sexo, en batallas sofocadas por la tierra y las sombras, en nombre de cada una de sus plumas que somos nosotros con sus colores y aromas a desiertos, llanuras, selvas y cordilleras.
Mete las marchas y enciende un cigarrillo, mientras en el estéreo suena Eric Clapton, Dire Straits, The Beatles y el blues negro de los pantanos. El viento golpea la cara de los muchachos reclinados con las piernas sobre el tablero. Algunos bichos se pegan en el parabrisas y las cenizas de los puchos vuelan por todo el auto. Sólo se oye el rugido del motor V8 de la Chevy. El conductor se sube los Ray-Ban a la frente. La ruta está tranquila y sólo pasan algunos camiones viejos. La Chevy es como una alfombra mágica volando por encima del desierto. Algunos alacranes y serpientes crujen debajo de las anchas ruedas mientras el sol del atardecer encandila el paisaje. El perfume del tabaco es mil veces mejor que el de esos pinitos pedorros. Alguien pela una petaca de bourbon y se chorrea sobre el Levi's.
El viaje es largo. 12 años hace que Pol Castillo y su banda andan rodando en una vieja Chevy juntando paisajes, tierra y experiencia. Por eso, el próximo domingo 22 de diciembre, el guitarrista junto a su banda y a los invitados Gente Negra y Rocanrrolando, van a estar celebrando 12 años de blues sobre la ruta. La cita es en el 9/90 Arte Club (Bv. Los Andes 337) y las entradas costarán 30 pesos únicamente en la puerta de la taberna.
Lejos quedó la gran ciudad con su ruido y con sus baches. Buscamos un destino incierto en cada kilómetro de ruta abandonada, en cada petaca de bourbon y en cada parada inesperada.

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