Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 03/07/12
Amigo, hace tanto que te fuiste. No es el fin, querido amigo, no es el fin, es sólo el comienzo de unas palabras que te quiero dedicar, mi gran amigo. ¿Querés que destape un whisky, que apague la luz y encienda un cigarrillo? Lo estoy haciendo, porque sé que así te gusta que sean las cosas, ínfimas y a la vez explosivas, que la mínima chispa pueda verse en cualquier rincón del universo.
Pero decime, ¿qué es París sin el misterio de tus pasos perdidos, mi amigo? Viviste en esa ciudad mágica junto a Julio Cortázar y a Jean Paul Sartre, quizá caminaron las mismas veredas y les silbaron a las mismas chicas. A lo mejor nada de eso fue cierto, pero dejame que fantasee un poco, querido, hoy es una fecha especial. ¿Y Los Ángeles? ¿Qué es de L.A. con sus palmeras, sus colinas esculpidas y sus playas infinitas sin el clamor de tu voz, sin el silencio de tus lecturas cómplices del atardecer y de la arena?
No sabés, las cosas han avanzado tanto… hoy podrías sentarte en cualquier bar o en el banco de cualquier plaza del mundo y escuchar música con unos aparatitos ínfimos que podés guardar en los bolsillos chiquitos de tus pantalones Oxford. Si hubieras seguido con el cine hoy podríamos juntarnos y ver películas en pantallas planas, enormes, y con una fidelidad de sonido jamás imaginada. ¿Sabés lo que es verte actuar en Hollywood en el año 1968 en High Definition? Ray Manzarek, Robby Krieger, John Densmore y vos serían felices sentados en un amplio sillón viendo sus DVD’s luego de 40 años. Me imagino a Pamela Courson sentada en tu falda dándote besos en el cuello mientras jugás con un control remoto inentendible.
Perdoname, amigo, pero dejame que te invoque. Las lluvias y las cervezas no fueron lo mismo después de conocerte, el amor no fue lo mismo después de conocerte. Tampoco lo fueron Baudelaire, Poe, Artaud, Kerouac, Burroughs y Ginsberg. Somos como esos libros apilados en estanterías eternas, con ese perfume tan particular que tienen sus hojas, al igual que el cartón de los vinilos: cada vez que estamos juntos, querido amigo, mis noches, la literatura y la música absorben los verdaderos colores urbanos, esos que nos llevan por calles despiadadas y horas desfiguradas. La psicodelia, el deseo, el arte, la frialdad de tanta gente que camina muerta, el ruido sordo de las calles… sabés de qué te hablo, de crear mitos, de volver a creer en las pieles y en las miradas, de buscar la poesía en lo cotidiano, donde quizá no la haya; mitos que le devuelvan el sentido a una sociedad anestesiada; los rituales y la mística desprejuiciada que sólo nos lo da el arte, el amor y el sexo.
En fin. Hace ya bastante tiempo que quería hacerlo, es por eso que te escribo, que te invoco.
Hoy es tu día, gran amigo. Amigo de copas, compañero de taburetes, condimentador de noches de amor y de sexo, gurú de mis poemas despojados, espejo de locuras y disconformidades, baúl de talentos, sensualidad y erotismo, nómade de pasos ajenos y guardián de desiertos y de música, de serpientes y lagartijas, de soles de ácido y colchones de fuego. Hace 41 años que la Ciudad Luz se quedó con vos, mi querido amigo. Una bañera fría y una mujer hermosa. Los bares, los pasajes y los adoquines. El porro, el ajenjo, la cerveza y los cigarrillos. Poemas escritos en servilletas de bar, baños vomitados y horas de mareos vertiginosos. Los flaneurs se mezclan con los marineros, con los poetas, con las putas y los payasos.
Y acá, la Cañada, mi amigo, es el refugio en el cual quisiera invitarte a tomar un trago, a hablar de amores y de bueyes perdidos, a romper vasos entre brindis y brindis. Quisiera escucharte, leer tus nuevos versos; tengo un montón de cosas para contarte y un par de poemas para que leas y les pongas música. Qué bueno sería enchastrarse las manos con tinta y vino, convidarte un pucho y dejarte en la puerta del Hostel para que descanses. Al otro día te explicaría qué es y cómo tomar mates.
Somos amigos de cintas sonoras, compañeros y confidentes de amores secretos y perdidos, hermanos de letras y de músicas, guardianes de utopías. Querido Jim, somos amigos de tinta y papel.
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