Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 14/08/12
Hay personas que, inconmensurablemente, te cambian la vida. Y te la salvan.
¿Por qué los homenajes deben ser siempre realizados después de que a alguna deidad se le ocurre arrebatarles el alma a esas personas, a esos seres que nos llenan la vida de fuego y de calor? Es por eso que quiero escribirle a un hombre que quiero como a un abuelo universal: Eduardo Galeano. Y porque está bien vivito es que quiero dedicarle estas palabras.
Hace varios años cursaba yo la carrera de Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba y, como muchos estudiantes, conseguí un trabajito que me diera unos pesos mientras alternaba con los horarios de estudio y de cursado. Por esos días estaba cursando la materia Literatura Latinoamericana II y llenaba mis noches con lecturas apasionantes sobre nuestros orígenes, los conflictos de poder entre las clases dominantes y los indígenas y los negros, sobre la esclavitud y los fuegos revolucionarios. Y luego de leer y de dormir unas horas, el despertador sonaba a las 6:30 de la mañana para levantarme e ir a trabajar a la fotocopiadora de un colegio de un barrio del norte de la ciudad.
Una mañana llegué al colegio para abrir el sucuchito y prender las máquinas para fotocopiar y anillar cientos de apuntes, pero me encontré con la noticia de que había sido despedido sin recibir ningún tipo de explicación. Deambulé un par de horas por el barrio sin saber qué hacer hasta que me tomé un colectivo al centro y, con el dinerito cobrado, recorrí las peatonales en busca de un cable a tierra. Fue así que adquirí una remera del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) y los libros Las Venas Abiertas de América Latina y El Libro de Los Abrazos, de Eduardo Galeano. Estuve un largo rato leyendo sentado en un cantero de la peatonal hasta que se me hizo la hora de ir a la facultad. De ahí en más, Galeano me acompañó durante incontables días y noches de amor y de guerra. Siempre llevaba en la mochila Las Venas Abiertas y no comprendía cómo no enseñaban ese libro en las escuelas secundarias. Luego, tardes y noches, guitarreadas y fogones leyendo y compartiendo textos del Libro de Los Abrazos; viviendo el amor más pleno con frases como “Yo me duermo a la orilla de una mujer; yo me duermo a la orilla de un abismo.” Y así fueron llegando a mí más libros, ensayos y artículos donde el escritor y periodista Uruguayo de 71 años (Montevideo, 1940) convoca a los espíritus más fuertes de nuestra tierra y de nuestra historia y los hace inmortales en libros imprescindibles para la felicidad humana.
¿Qué sería de los nadies? ¿Qué sería de muchos jóvenes, de millones de utopías sobrevolando el espacio a lo largo de tantos años? ¿Qué sería del sueño de tantos desplazados, de tantos olvidados y pisoteados? ¿Qué sería del amor, ese espacio cálido lleno de pieles, de sabores y de aromas incomprensibles? ¿Qué sería del Che, del Subcomandante Marcos y de las llamitas revolucionarias sin García Márquez, sin Cortázar y sin Galeano? ¿Qué sería el Rock y las ganas de cambiar el mundo sin haber devorado noches de insomnio con libros de claves secretas?
El 15 de octubre de 2008, Eduardo Galeano recibió el título de Doctor Honoris Causa en la Sala de las Américas de la Universidad Nacional de Córdoba, el mayor título que otorga nuestra alta casa de estudios. La indignación fue total cuando me enteré de que al acto sólo podían asistir quiénes obtuvieran unas “invitaciones” que nadie sabía dónde se retiraban. Luego de hacer una larga cola para “los que no teníamos invitaciones” pude entrar y observar un clima de señoras bien vestidas y bien arregladas, altos cargos de la UNC, y señores bien trajeados; los que leemos y queremos a Galeano entramos al último y terminamos sentados en los pasillos. El acto y la charla duraron dos horas. Fueron dos horas de emoción continua escuchando a ese viejo hermoso y querido hablar claro y pausado, con un humor increíble, leyendo textos de su último libro en ese momento, Espejos. “Eduardo es un tipo que hoy tiene la misma edad que tendría John Lennon”, dijo emocionado Gerardo Fidelio, quien era Vicerrector de la Universidad en aquellos años.
La memoria, los olvidados, los nadies, los ninguneados, los orígenes, el compromiso, el racismo y los equívocos de la historia oficial fueron algunos de los temas que el escritor desarrolló con enormes palabras de profunda reflexión, ironía y humor. Como un chamán, como un abuelo universal, con toda la dulzura y la sabiduría de un ser tan inmenso como terrenal, Eduardo Galeano pasó por la UNC dejando huellas imborrables de barro y sol, y fuegos inextinguibles en la memoria. Al salir del acto lo encontré afuera del Pabellón Argentina; con toda la admiración le di la mano y un abrazo y estampó su firma en mi libro Espejos (nuevito, recién comprado) mirando con sus ojos azules de transparencia humanizada, y se fue.
No caben dudas de que Eduardo Galeano es una de las voces más críticas, claras y más comprometidas de América Latina para con los que no tienen voz. No caben dudas de que Galeano es uno de los tipos más lúcidos de nuestro tiempo y de nuestra tierra. Él es quien enciende en la llama eterna la madera más dura para que jamás se apague este mar de fueguitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario