Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 21/08/12
Mi fanatismo por los redondos comenzó a los quince años. Recuerdo haberlos escuchado antes pero sin darles demasiada bolilla. Pero sucedió que un día llegó a mis manos el disco Lobo Suelto, Cordero Atado, y todo cambió. La contundencia rockera de la batería de Walter Sidotti y el bajo de Semilla Bucciarelli, el saxo narcótico de Sergio Dawi, el poderío de la viola y el filo de los solos épicos de Skay Beilinson, y la voz profunda y misteriosa del Indio Solari me demostraron que había un costado del Rock que desconocía; me hicieron saber que el Flower Power y mis gustitos hippies vinculados a The Beatles, Pink Floyd, Led Zeppelín, Hendrix y Janis Joplin eran parte del pasado de una cultura que creía estática y lineal pero que, en realidad, estaba en perpetua crisis y en mutación. Ahí comenzó una carrera despiadada por conseguir todos los discos de los Redondos grabados hasta ese momento.
Deliraba buscando diarios y revistas donde aparecieran entrevistas al Indio o a Skay, soñaba con correr el velo de tanto misterio expuesto a la falta de aparición mediática, a la “misa” que suponían sus recitales, al hermetismo de las letras y a la revelación mística que significaba cada palabra del Indio en las escasas notas periodísticas. Al día de hoy guardo celosamente un suplemento de espectáculos con una excelente y larguísima entrevista realizada por el periodista Germán Arrascaeta, publicada el domingo 22 de julio del año 2001, semanas antes de que los Redondos brindaran su último show en la ciudad de Córdoba.
Hace un par de semanas, más precisamente el sábado 4 de agosto, se cumplieron once años de lo que fue el último show de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota en el estadio Chateau Carreras (hoy Mario Kempes) de nuestra ciudad. La platea salía 25 pesos y el campo 22, y la entrada venía con un póster diseñado y dibujado por Rocambole, el mítico ilustrador del arte de tapa de todos los discos de la banda. En el estadio había 44 mil personas, la marea humana accedía a la cancha como baldazos de agua en una previa emocionante llena de amor, amistad y buena música sonando al palo desde los parlantes dispuestos para el show. Para distraer la atención, el Indio, la negra Poli y Skay llegaron en ambulancia, y a las 19:10 hs. las luces del escenario se prendieron dando lugar a un comienzo memorable con “Unos pocos peligros sensatos” seguido de “El pibe de los astilleros”, y la fiesta continuó por tres horas más. Dos pantallas gigantes a los costados del escenario nos mostraban de cerca a los músicos y a los flashes artísticos de un Rocambole animado, y un eclipse parcial de luna le ponía la frutilla a la torta. Nadie sabría, hasta un año más tarde, que ese iba a ser el último show de la banda de rock más mastodóntica de la Argentina.
El Indio Solari fue uno de mis mejores profesores de Cultura Rock. Gracias a sus pocas intervenciones en la prensa escrita y radial supe lo que era el misterio. El tipo me enseñó cómo se relacionó el Rock y la juventud en los años de plomo generando resistencia, por qué los medios amarillistas y la cana muchas veces caminan de la mano, por qué el Rock es una Cultura en crisis constante. En sus declaraciones, el cantante calvo me enseñó el concepto de coherencia: ser coherente no implica mantener la misma postura toda la vida, sino defender tu postura en las diferentes posiciones en que la vida te encuentre. Con su tono sentencioso, el Indio me enseñó que el hippismo fue una ilusión, que uno no puede pasarse la vida comiendo flores; me enseñó una Buenos Aires dura y bohemia de artistas, teatritos, bares y merca; me enseñó que la grandeza humana no existe y que todos somos vulnerables al amor, al dolor y a la traición. También me demostró que no hay que atarse a dogmas, que estamos en constante evolución y que el arte de la mano de la tecnología sirve para superar la creatividad y no para volverla una ciénaga. Gracias al Indio Solari pude acceder a las narcóticas y vertiginosas lecturas de Enrique Symns. Mitad bohemio y mitad sibarita, el ídolo del Rock que sólo camina tranquilo por las calles de Nueva York ha generado durante diez años de incertidumbre con respecto a los Redondos una sólida carrera solista y tres discos geniales teniendo entre sus filas a uno de los superhéroes de la guitarra, Baltasar Comotto.
Hace unos meses nos desayunábamos con la noticia de que el cantante calvo había realizado su última entrevista a los medios ya que a partir de ahora “sólo hablarán sus canciones”. A pocos días de haberse publicado la supuesta “última entrevista”, realizada en Nueva York por el periodista Pablo Perantuono, de la revista Orsai, el Indio salió a criticar dicha entrevista argumentando que en la nota se distorsionaban los dichos del cantante, justificando así la decisión de no brindar más entrevistas a los medios.
Como sea, en algún sentido todos queremos estar en la piel de Pablo Perantuono y decir “loco, yo entrevisté por última vez al Indio Solari”. Para un periodista de Rock, haber conversado con el Indio o con Spinetta es comparable a haber vivido el Woodstock del año 1969 en carne propia. Así y todo, el cantante calvo sigue firme a su misión: generar mitos y mantener viva la llama de una leyenda inextinguible.
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