Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 11/12/12
san.pflei@gmail.com
Demonio, Lúcifer, Luzbel, Satanás, el Maligno y Belcebú son algunos de los sobrenombres que recibe desde la profunda noche de los tiempos la encarnación del Mal, más comúnmente conocida como el Diablo. Pero este personaje creado por la más diversa y heterogénea cantidad de culturas, tradiciones y religiones a lo largo y a lo ancho de todo el globo no deja de tener vigencia en las grandes agendas mundiales, ya que viene siendo parte fundamental de la cultura occidental como formador de todas las tragedias y pesares, y también como justificativo para apoderarse del poder mediante las guerras y las cartas sucias de la economía mundial. El Diablo tiene muchas caras, y todas se construyen depende desde dónde se lo mire, es decir, para algunos el Diablo puedo haber sido el Che Guevara, Nelson Mandela o el Subcomandante Marcos, y para otros el diablo puede ser George W. Bush, Margaret Thatcher o Benedicto XVI. En fin.
La cosa es que inmiscuido en las Cruzadas, en la “Santa” Inquisición, en el Holocausto Judío, en el Genocidio Armenio, en las Guerras Mundiales, en las Guerras del Golfo, en el atentado a las Torres Gemelas y en las Dictaduras Militares, el colorado picarón se las ingenia para dar pie y letra a los grandes húsares del poder para dirigir el futuro de la humanidad bajo sus conceptos de bondad contra el orden del Mal. Retratado en miles de pinturas, esculpido en todo tipo de piedras y narrado en infinita vastedad de relatos, el Diablo supo hacerse un lugar en una de las mayores manifestaciones culturales del siglo XX: el Rock. Así, desde su más tierna infancia, esta Culturita Rock inquieta tuvo en sus genes a un huésped que supo hacer de las suyas y alimentar mitos y leyendas.
Sabemos que el rock es hijo directo de los esclavos de origen africano en el sur de los Estados Unidos. De enormes tradiciones musicales y orales, estos esclavos negros buscaron la salida del dolor mediante el canto, la percusión fusionando estilos y dándole vida a un género llamado blues. De más está decir que para las clases altas norteamericanas estos esclavos eran hijos directos del Infierno, razón por la cual debían permanecer todas sus vidas trabajando en los extensos campos del algodón en las humedades del Mississipi. Podemos decir, entonces, que por su origen negro el Rock, desde el vamos, estuvo “maldito”.
En 1911 nació en Hazlehusrt un negro manudito llamado Robert Johnson. Desde su juventud se vio altamente influenciado por los grandes músicos del blues, las enormes orquestas de jazz y los coros de Gospel, pero Robert no daba pie con bola en ese asunto de tocar la guitarra. Una noche densa y lluviosa, un trompetista ciego lo guió hacia una encrucijada. En medio de la tormenta y del espeso olor de los campos, el joven Johnson junto a su guitarra advirtió que una figura esbelta venía hacia él. Luego de ese misterioso encuentro, Robert Johnson se convirtió en una de las más grandes leyendas del blues. Luego de grabar un registro de 29 canciones entre 1936 y 1937, Robert Johnson murió rodeado de misterios y especulaciones. Las cintas fueron encontradas en los años 60 y nació así uno de los mitos más fuertes de la Cultura Rock. Varias fuentes confiables habrían asegurado que en medio de esa tormenta, en la encrucijada, Johnson le habría vendido el alma al Diablo a cambio de inalterable talento, mujeres y lujuria, lo que –podríamos pensar- fue el inicio de la famosa frase sexo, drogas y rock and roll.
Luego, enormes artistas del rock recurrirían al Diablo para mostrar una imagen de dureza y de oscuros misticismos. Se puede nombrar a Arthur Brown, el músico inglés que aseguraba ser “the God of the Hellfire” (el Dios del fuego del Infierno), Black Sabbath con sus cruces invertidas, Alice Cooper, Iggy Pop cortándose el pecho con una botella rota de whisky, y los muchachotes de Kiss reventando pollitos entre sus tacones y el escenario. El Rock siempre ha mostrado la auto flagelación y el dolor físico como una queja, como un modo poco convencional de ir en contra de una sociedad cómoda y conformista basada en valores meramente económicos. Ni hablar de Metallica, de Marilyn Manson, de The Rolling Stones (y su himno “Sympathy for the Devil”, o The Beatles, Iron Maiden y miles de bandas de rock que han recurrido al Diablo de manera inspiradora.
Otro caso interesante es el de Jimmy Page –guitarrista de Led Zeppelín- quien, según se dice, era un amante de los asuntos esotéricos vinculados a las fuerzas oscuras, tanto así que en Londres era dueño de una casa de ocultismo llamada Equinoxx. Page adquirió una mansión llamada The Boleskine House. El castillo, antiguamente, había sido propiedad del médium y brujo negro Aleister Crowley de quien Page era fanático. El lugar habría sido usado para realizar oscuros rituales y sacrificios humanos. Jimmy Page también era dueño de un castillo llamado The Mill House, la vieja casona murió Jonh Bonham, el baterista de Led Zeppelín, en 1980.
Otros ídolos de la Cultura Rock como Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison, Sid Vicious y Kurt Cobain estuvieron rodeados de chismes y de mitos en base a su relación con el Diablo y los modos de vida de estos artistas más allá de la música, la poesía de sus canciones y lo extraño de sus desapariciones
En Argentina hay otros casos vinculados donde el Rock y el Diablo van de la mano como, por ejemplo, en grupos como La Renga y sus canción “La balada del Diablo y de la Muerte”, en “El rebelde” donde Chizzo Nápoli grita “…y me gusta el rock, el maldito rock, siempre me lleva el Diablo, no tengo religión…”. También Lucifer es convocado en la dulce voz de David Lebón en el tema “Encuentro con el Diablo” (del disco Bicicleta, Serú Girán, 1980). El guitarrista de blues local Pol Castillo también tiene su versión de los hechos con el tema “Mi primer encuentro con el Diablo”.
En fin. Para las culturas del norte argentino y para la rioplatense, el Diablo es motivo de fiesta y celebración. Vistámonos de colores y llenemos al Diablo sonriente de flores, literatura y buena música. ¡Salud!
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