martes, 13 de agosto de 2013

MIGUEL ABUELO ET NADA / LA VOZ CLAVE DE UNA ÉPOCA




Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 9/07/13
san.pflei@gmail.com

En el génesis, en los comienzos de los grandes hitos de la historia siempre se han desarrollado mitos, se crearon y se adornaron momentos con ropajes de leyendas. Si bien las culturas occidentales fueron perdiendo progresivamente la capacidad de magia, esa capacidad de asombrarse y de fortalecer los lazos culturales con la vida y con la historia a través del mito, sí existen casos puntuales –más allá de las religiones y de las creencias de los cultos- donde el aura mágica renace y pervive. En el caso del Rock podríamos dar un ejemplo: no se sabe exactamente cómo se dio, ni dónde ni cuándo, lo que sabemos es que fue un proceso, pero es idílicamente poético creer y tener la firmeza de que el Rock nació de las deliradas tertulias entre Bob Dylan y Allen Ginsberg. Esa imagen mítica del joven cantante folk y del enroscado poeta beatnik compartiendo letras y partituras nos da la pauta del comienzo de algo hermoso y glorioso: el Rock como cultura, como una forma de entender el mundo.

Los inicios del Rock en Argentina no son tan diferentes, o por lo menos así queremos creerlo. Jóvenes músicos inquietos, insatisfechos, hartos de la moral oscurantista de sus abuelos y padres, influenciados por las vanguardias estéticas y cansados de la opresión política y de los palos de la cana, comenzaron a desarrollar una nueva manera de entender el arte y sus propias vidas. Chicos como Luís Alberto Spinetta, Moris, Tanguito y Javier Martínez fueron parte de la llamada primera generación del rock nacional a finales de los años 60. Ellos crearon rock desde elevados parámetros de composición musicales y poéticos tendiéndole la mano a miles de pibes que los escuchaban atentos. Electricidad, sonidos bucólicos, experimentaciones sonoras y distorsiones se conjugaban con un discurso antibélico, con la idea melancólica de una ciudad gastada y con la añoranza de comerse el mundo mediante la experiencia traída de los libros y de los viajes. En medio de este maremoto cultural e intelectual el poeta y periodista Pipo Lernoud le pasaba sus poesías a un cantante fuera de todo esquema, Miguel Ángel Peralta, más conocido como Miguel Abuelo.

El joven cantante, influenciado altamente por la música popular argentina como el tango, la baguala y la vidala, formó Los Abuelos de la Nada, en 1968, inspirado en una frase del libro de Leopoldo Marechal El Banquete de Severo Arcángelo, que decía “padre de los piojos, abuelo de la nada”. Pero Miguel abandonaría la banda en 1969 ya que el joven guitarrista Norberto “Pappo” Napolitano quería dirigir el sonido de la banda hacia el blues. “…A mí no me va el blues, tengo una coctelera en la cabeza que no me banco, y vos me querés meter la cabeza dentro del cajón del blues…”, refunfuñó Miguel Abuelo.

En 1970, y luego de participar en el disco Spinettalandia y Sus Amigos, uno de los discos más aleatorios del Flaco, Miguel decidió irse a Europa y alejarse un poco de la música y los palos repartidos por la cana en el gobierno de Onganía. Pero en el viejo continente no pudo despegarse tan fácil de la música. En pareja con la bailarina Krisha Bogdan hacen del viaje europeo un delirio de fiestas y de experimentación con drogas codeándose con otros exiliados y artistas argentinos. En 1972 nace Gato Azul Peralta, hijo de Miguel y de Krisha, mientras ellos intentaban sobrevivir con la música y pegando algunas changas. Pero en 1973 Miguel Abuelo conoció a Moshe Naim, un magnate israelí que había financiado algunas obras de Salvador Dalí, y éste le propuso grabar un disco con una importante producción ejecutiva, así Abuelo se contactó con el guitarrista Daniel Sbarra (futuro guitarrista de Virus) y junto a otros músicos latinoamericanos grabaron, en 1973, Miguel Abuelo Et Nada, el primer disco de esta nueva banda llamada Hijos de Nada. Una gran gira de promoción de la banda se desarrolló por Francia con destino a otros países europeos en 1974, pero por diferencias irreconciliables entre Miguel Abuelo y Daniel Sbarra el grupo se terminó disolviendo. El disco fue editado en 1975. Sin embargo, este álbum es una de las joyas perdidas de nuestro rock. Es una obra compuesta –fíjense ustedes- el mismo año en que se editó The Dark Side of The Moon, de Pink Floyd; eran contemporáneos a los grandes mitos del rock mundial. Miguel Abuelo Et Nada es un disco completamente diverso y está en diálogo constante con los diferentes sonidos de la época. Tiene arrebatos rockeros y riffs con herencia del Black Sabbath o de Led Zeppelín, y muchos matices con sonidos acústicos y bucólicos vinculados a la vida en la naturaleza, bellísimos arreglos corales, de cuerdas y de vientos que marcan una clara tendencia hacia el rock progresivo, coqueteando con algunos brotes psicodélicos y lisérgicos típicos de la sed ácida de esos años. “Tirando piedras al río”, “El largo día de vivir”, “Estoy aquí parado, sentado y acostado”, “El muelle”, “Señor carnicero”, “Sabido Forastero” y “Octavo sendero” son las canciones que reúne Miguel Abuelo Et Nada en esta perla del rock universal, donde la felicidad y la angustia, la fuerza y el dolor, el amor y la tristeza se funden en una poesía descarnada y visceral donde la voz y el alma se elevan en una búsqueda suprema por el valor de la estética en comunión con las ideas más puras.

A finales de los años 70, Miguel Abuelo regresa a la Argentina con Gato Azul, su hijo, y con el bajista Cachorro López, con quien formaría la puesta más grandiosa de Los Abuelos de la Nada.Como muchos grandes músicos en los años 80, Miguel falleció infectado de VIH en marzo 1988 dejándonos un legado infinito de bellas canciones pintarrajeadas con la témpera de la insolencia y la insatisfacción. Miguel Abuelo, un loco lindo y una cabeza explosiva.

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