lunes, 12 de mayo de 2014

COSQUÍN ROCK / CELEBRANDO EL ROCK DEL PAÍS

Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, jueves 6/03/14
san.pflei@gmail.com
Cosquín-RockEl pasado lunes 3 de marzo culminó la última edición del Cosquín Rock. Después de catorce años, quizá resulte ingenua la memoria, el recuerdo de las cosas. Quizá el paso de tiempo sea en verdad implacable y el mundo se nos vino encima con toda la fuerza y velocidad. Recuerdo esa plaza repleta de gente, ese escenario alto y distante, y la ciudad revuelta por panfletos, remeras negras y vasos de cerveza. La localidad de Cosquín aprovechaba para engordar las arcas dos veces en un muy corto período de tiempo: una, en el Festival Nacional de Folklore; otra, en el Cosquín Rock. Los campings, los kioscos, los bares, las calles estaban repletas de cantos y de sonrisas. Hasta que un buen día el mayor encuentro rockero del país se trasladó a la comuna de San Roque. Mientras tanto, otros festivales como el Quilmes Rock, el Pepsi Music, el Personal Fest y otros quisieron ir ganando terreno en las diferentes provincias argentinas. Pero no hubo caso. De la comuna San Roque al Aeródromo de Santa María de Punilla, el Cosquín Rock pegó el estirón entre edades del pavo, voz de gallo Claudio y acné, hasta convertirse en el festival adulto que es hoy.
Resulta imponente e impactante asistir cada vez al Cosquín Rock. Un predio inabarcable, casi 50 bandas por día, escenarios alternativos, decenas de puestos gastronómicos, juegos, teatro y desborde sensorial constante. Es imposible, en los tres días, recorrer y presenciar todo lo que allí se ofrece. Desde los stands de venta de ropa, de comidas, de cervezas artesanales, la vuelta al mundo, la tirolesa, los diferentes escenarios con sus propuestas itinerantes, la inconmensurabilidad del espacio físico y la adrenalina de querer absorberlo todo. Cada espacio tiene su magia, sus destellos de epifanías irrepetibles. Cientos de miles de personas caminando el barro del rock buscando la próxima actividad que le detone la cabeza.
Lejos –y hurgando en mi memoria cosquinrockera- creo haber asistido al festival más completo de todos. ¡Hasta había peluquería!: Coco Capdevila, el peluquero del Rock, se encargó de desmechar cabelleras para que estén a la altura de las circunstancias. Un Drone sobrevolando el inmenso campo y estruendos de sonido brotando de los diferentes sistemas sonoros de cada uno de los escenarios. Una pantalla avisaba cuánto tiempo faltaba entre un show y otro. En la carpa de prensa se sucedían, una tras otra, riquísimas conversaciones con los artistas después del show. Baños químicos atestados y un paisaje de locuras circundantes.
No cabe un artículo periodístico para dar cuenta de todo lo vivido. Pero si hay algo para destacar y aplaudir, es la enorme presencia que tuvieron los artistas cordobeses en el festival, y la cantidad de propuestas alternativas, independientes y autogestionadas que se desarrollaron a lo largo y a lo ancho de la grilla día tras día. El Domo Naranja –mérito de Agustina Palazzo, hija de José Palazzo- fue el espacio donde se alzó la bandera y el culto a la cultura emergente: bandas como París París Musique, De la Rivera, Hipnótica, Un Día Perfecto Para el Pez Banana, Rayos Láser, y la presentación del rockumental Cisma, de Julián Lona, dieron un soplo de aire fresco para aquellos amantes de sonidos más indies y alternativos. Mientras tanto, en los escenarios temáticos Heavy y Reggae, la comunión se daba entre rastas y sonrisas voladoras con bandas como Nonpalidece, Dancing Mood y Kameleba; y de cueros y tachas de la mano de Hammer, Viticus, Angra y Almafuerte, entre muchísimos otros grupos.
El Hangar brilló con la espectacular actuación de los locales EK Rock, The Tristes, Los Cocaleros y The Chicken Faces. La carpa Pepsi –convertida el día 2 en la GlamNation Party Rock & Roll Circus- contó con el impresionante debut de la banda cordobesa Pésame, y con las brillantes actuaciones de Connor Questa, el Negro García López y Viticus. En el escenario principal, el público deliró con la magia a cargo de chamanes como León Gieco junto a la murga Agarrate Catalina, Illya Kuryaki & The Valderramas, Raly Barrionuevo, Skay Beilinson y Charly García. Vale destacar el intenso y emocionante momento de los Eruca Sativa al homenajear a Titi Rivarola en la canción “Vidala del amor ausente” en medio de una lluvia torrencial, seguidos por las tremendas performances de Catupecu Machu y los puertorriqueños Calle 13, que –sin dudas- es una de las grandes bandas que debemos agradecerle al rock mundial.
En la carpa de prensa pudimos hacernos acreedores de hermosas publicaciones como la excelente revista Rock Salta y La Negra, fanzines indispensables para entender al rock como una verdadera manifestación popular y federal.
Y, para cerrar, una de las perlas del festival fue la charla sobre el Instituto Nacional de la Música y la presentación de la publicación del Manual de Formación de Derechos Intelectuales en la Música, material presentado por Cristian Aldana (El Otro Yo) y por Diego Boris, músicos fundadores e impulsores, desde la primera hora, por una ley que ampare a los músicos en todos los rincones del país. La generosidad no tiene precio.
Así, bajo lluvias intermitentes, corazones acelerados y barro en los pies, culminó con éxito una de las más grandes manifestaciones populares, comerciales e independientes –sí, todo junto- de todas las épocas. Catorce años no son nada. Queda mucho más rock para ver.

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