lunes, 12 de mayo de 2014

VICENTE LUY / CUANDO LA PALABRA SIRVE PARA ROMPER

Por Santiago Pfleiderer, diario Alfil, martes 25/02/14
san.pflei@gmail.com
luy1No era mi amigo. Casi no lo conocí. Lo vi un par de veces, nomás, pero esas veces me bastaron para interesarme en él, para darme cuenta de que era un punk en lo más abierto de sus acepciones.
La primera vez que lo vi fue el 19 de septiembre del año 2008 en Casa Babylon, el refugio alterno y cultural de Esteban Tazzioli. Se había organizado un evento literario y musical donde iban a leer varios autores locales y, además, iba a presentar un nuevo libro el mítico escritor y periodista Pipo Lernoud, titulado Sin Tiempo, Sin Memoria. En el marco del evento también iban a tocar unas canciones las cantautoras Florencia Ruiz y Flopa Lestani. Pipo Lernoud había sido parte de los comienzos del Rock Nacional junto a grandes músicos y poetas como Spinetta, Tanguito, Moris y Miguel Abuelo; y Flopa venía luego de haber editado discos maravillosos, como aquél junto a Mariano Manza Esaín y a Ariel Minimal, bellezas de la cancionística argentina actual.
En el espectáculo no éramos más de veinte personas. Dentro de los poetas locales se encontraban la genial Mariela Laudecina, Hernán (que presentaba el libro Que la Palabra te Encuentre) y Vicente Luy (que presentaba Qué Campo ni Campo). El evento era gratuito, y como muchas de las cosas gratuitas y de altísima calidad, fue poco concurrido. El hecho es que escuchamos con total atención los poemas leídos y las bellas canciones de Florencia Ruíz y de Flopa Lestani. Me había enamorado de los poemas de Mariela Laucedina, así que al poco tiempo corrí a Rubén Libros a buscar su poemario Ciruelas. De la misma manera, puedo decir que era una materia pendiente poder acercarme y charlar con Pipo Lernoud, un gurú, un mito viviente dentro de la Cultura Rock de la Argentina. Y cuando busqué a Vicente Luy para ver su libro, me di cuenta de que lo tenía parado atrás mío. Sin que yo le diga nada, me miró y extendió su brazo con Qué Campo ni Campo, y me dijo: “Hola, yo soy Vicente. Éste es mi nuevo libro, te lo regalo”. Se dio media vuelta y siguió entregando su libro entre los espectadores. Ahí comprendí una nueva forma de generosidad y otra manera de entender el arte.
Al leer esas páginas primerizas me di cuenta de que estaba ante la escritura de un ser especial, quizá superior, externo y etéreo; sentía que me hablaba desde otro paradigma, sentía que Vicente Luy ya lo había vivido todo y que sus palabras eran consejos de alguien sabio, de alguien que había vivido demasiado. Luego, la curiosidad me llevó a arrimarme a otros textos de Vicente que terminaron siendo compañeros inseparables de muchas situaciones y momentos vinculados a las experiencias urbanas y literarias, como si hubiera una moral solamente destinada a los artistas.
Llueve, y alguien está diciendo ‘llueve’. Si me equivoco, contradíganme con amor, porque con amor digo”. La poesía de Vicente Luy es implacable. “Lo que está mal, está mal. Pero lo que está bien, también está mal. Charlalo con tus padres”. En fin. Y las cosas se fueron sucediendo.
También lo recuerdo en un recital de Lisandro Aristimuño en la Vieja Usina (mayo del año 2010). Lisando había terminado su show (de entradas agotadas) y, de repente, alguien saltó al escenario. Era Vicente Luy. Pretendía hacerse cargo del micrófono para leer poesía, pero fue sacado del recinto por la policía y por gente de la producción, mientras algunos mirábamos no entendiendo demasiado la situación. Una de sus actitudes punk. La ruptura era, quizá, uno de sus colores más brillantes.
Pero no todo es tan pintoresco. El dolor, la soledad y la angustia fueron el motor de la poesía de Luy. Él era nieto del reconocido poeta español Juan Larrea, quien se hizo cargo de él al morir los padres de Vicente en un accidente aéreo. Estuvo internado en el Hospital Borda, se fugó y tuvo varios intentos de suicidio. Cada detalle de su relación la muerte la hizo pública a través de sus poemas. “El desinterés cósmico, eso sentí”, planteaba Luy luego de un fallido intento por quitarse la vida.
Esta no es una nota alegre, queridos lectores, es una nota que pretende evocar el arte y la memoria de uno de los más grandes poetas que tuvo la ciudad de Córdoba. Y el pasado domingo 23 de febrero se cumplieron dos años de su muerte luego de que el genio de la palabra saltara de un séptimo piso en la ciudad de Salta en el 2012.
Pienso en los poetas y en la gente que lo quiso. Pienso en sus libros, en sus palabras y en las impresiones que me deja cada vez que lo recuerdo y que lo leo.
No fuimos amigos, pero lo lloré y le di las gracias por haberme dejado cosas como ésta: “¿Tus palabras no atraviesan las paredes? Modifica tus palabras”. Vicente Luy, gracias.

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